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viernes, 17 de abril de 2020



Carpeta de apuntes

He subido arriba, al cuarto de la azotea en el que guardamos cosas y que va pareciendo cada vez más una de esas típicas buhardillas o trasteros que había en las casas antiguas y siguen habiendo en algunas casas actuales. He pasado allí un buen rato, echando un vistazo a todos esos objetos, papeles, carpetas, juguetes que tuvo mi hijo cuando era chico, algún que otro mueble, una bolsa de pienso de gato que nunca llegó a comerse Kendal, porque se fue una noche y ya no volvió. Nunca llegó a acostumbrarse a esta nueva casa, demasiado territorial, demasiado salvaje. Él era así y así le hemos querido y le seguiremos queriendo.
Cada una de estas cosas que he estado tomando entre mis manos y mirando con detenimiento están asociadas a momentos concretos de nuestra vida, a emociones y sentimientos que no desaparecen, que viven con nosotros, dormidos a veces, es verdad, pero basta tropezarse de pronto con cualquiera de ellas para que una parte de nuestro pasado renazca con tanta fuerza e intensidad que volvemos a sentirnos tal como éramos entonces, y por un momento nos parece que hemos conseguido dar marcha atrás en el tiempo y ahí estamos, parados en un semáforo de la avenida Ciudad Jardín con una carpeta bajo el brazo, la misma carpeta en la que guardaba mis apuntes de Magisterio y que ahora mismo tengo entre mis manos, en este cuarto-buhardilla de la azotea, mientras la niebla abraza los montes y yo sigo esperando a que el semáforo se ponga verde para cruzar y entrar en la Escuela de Magisterio de la avenida de Ciudad Jardín, Sevilla.

jueves, 16 de abril de 2020



El niño que soñó que era un caballo

Hemos dejado la película a la mitad, creo que Solaris cuenta una historia compleja, no hay una línea de acontecimientos que puedas complacientemente seguir, no es como esas secuencias lógicas que yo mismo trabajaba en el cole con los más peques, en las que ellos colocan en orden lineal las imágenes que juntas y cada una en su sitio nos transmiten sin que nos demos cuenta un reflejo de lo que somos, de cómo pensamos. Primero el sol asoma por la ventana de la habitación en la que duerme el niño, después el niño despierta y se sienta en la cama (bostezando si el dibujante ese día quería añadir un plus a su trabajo), después vemos al niño saliendo de casa con la mochila a la espalda. Pero qué pasa si la realidad va por otro lado, si el niño se había escapado por la ventana aquella noche, se había ido al establo en que su papá tenía un caballo y se había quedado dormido sobre la paja, junto al cuadrúpedo. El caballo soñó que era ese mismo niño que dormía a su lado y que en la escuela el maestro le daba unas tarjetas para armar una secuencia lógica, y el niño soñó que era ese caballo misterioso que aparece al principio de la película y que a su vez sueña que se convierte en hombre y viaja a una estación espacial situada sobre un océano que piensa por si mismo, que es oscuro y alberga recuerdos, pero también a los que murieron, aunque en realidad no sabemos si están muertos, porque de lo único que estamos seguros es de nuestro miedo a la muerte.
Mañana veremos la otra mitad de la película, como si también nosotros nos estuviéramos asomando a la otra mitad de esa oscura noche que flota sobre ese neblinoso mar.

martes, 14 de abril de 2020




El sol prefiere la O
Dos nubes convergentes en la esquina de la pizarra, bajo ellas otra acostada plácidamente, un poquito de sol asomando el hociquito entre las nube convergentes, jugando con ellas al escondite dicen los niños. U, u, u, u, dice el pequeño sol que apenas asoma. Lo dice quedo y con temor, como queriendo concitar fantasmas, deseoso de convertirse en ocaso y desaparecer, o en grulla rosada y desaparecer, o en fantasma burlón que burla las nubes y va corriendo a merendar con los niños de la sierra Norte. Cara al Norte, eso es importante, sin perder el calor, el preciado rescoldo, incubando y manteniendo la llama entre las manitas cerradas, rojizas, a la caza siempre del juego o la promesa.
Pero mira que no es "u" lo que dice el sol, recapacitamos, comentamos, reflexionamos. U diría un sol fantasma, uno de esos que juega a asustar las nubes y a veces sopla y sopla hasta deshacerlas. Este nuestro sol de hoy juega al escondite, bienintencionado y conciliador, es un sol que mira lúcido y sabio hacia las vacaciones, hacia las playas amables del litoral de Cádiz, hacia los refrescos de vino tinto con gaseosa y con grandes cubos de hielo. A eso mi padre llama "tinto de verano" dice uno de mis niños, el que ríe y ríe con risa contagiosa.
Borramos por tanto esa fila de atemorizadas "us" que salen de la boquita sonriente del sol y se deslizan ululantes sobre las barrigas blanditas de las nubes. Le toca subir al estrado a la o, y oh maravilla, en un santiamén, en menos de lo que se tarda en pronunciarlas tenemos ahí arriba, brotando del cerebro soleado y risueño del astro emergente una serie completa de "os", o, o, o, o y diecisiete veces o. Esta es la genuina forma en que el solito semioculto jugaba al escondite con las nubes 






Juguetes para mejorar el mundo

Me traen juguetes y objetos que depositan en mi mesa para que yo los enseñe a toda la clase. Hoy por ejemplo había amontonados allí una "Dora la Exploradora" de tela, un dromedario (J. Antonio siempre trae animales), una muñeca "bebé" a la que Carlota lanza al aire y luego trata de recoger imitando lo que yo hago ante ellos como parte del show de presentación; un coche rojo deportivo, un caballo, más bien un poni, de tela, un pequeño gatito con el que hemos tenido un buen rato de lío porque yo no me enteraba bien de su nombre, un Superman de goma con cuerpo extrañamente desproporcionado cuyos brazos se estiran desmesuradamente y con puños amenazadoramente grandes, un pequeño dado, un teléfono móvil que emite una infernal y machacona musiquilla, una muñeca de trapo con dos caras, una que la muestra dormida y otra despierta (atinadamente Alejandro propone que la llamemos Dos Caras y no Alcachofita como había propuesto yo, soy un poco gamberro poniendo nombres), un pequeño perro también de Carlota al que también lanza hacia arriba imitándome y que se estrella en el suelo al no poder recogerlo, pobrecito, pobrecito, se ve que nunca ha trabajado en el circo como otros que hemos tenido...¿Nombre del perro?, no tiene nombre, decidimos llamarle Dálmata por sus manchas negras; una muñecota grande de tela con enorme cabeza en forma de fresa, más bien fresón, espera maestro "que esa hace cosas" me dice Ornella, "qué es lo que hace Ornella", "voy para allá y te lo digo", y Ornella se levanta y viene hasta a mi y levanta el ropaje de la muñeca por atrás y mueve un interruptor y de allí surge un ritmo muy marcado, una muy alegre canción infantil. Como buen maestro de ceremonias que debo ser hago que Fresita baile, que mueva sus brazos y sus piernas y su gran cabeza de fresa, y todos se ponen a bailar al ritmo de la música, espontáneos y jubilosos, y yo evoco otra época, recuerdo los llanos campos sembrados de fresas, las duras jornadas de penoso trabajo, y no puedo evitar pensar que conviene no olvidar que es posible un mundo mejor, un mundo en el que todos los niños puedo disfrutar de sus Fresitas, sus Dálmatas, sus Dos Caras que a la vez duermen y velan.

viernes, 10 de abril de 2020



PATA PALO

Mi mujer ya está un poco harta de que le pregunte a qué día estamos hoy, esta mañana es lo primero que he hecho al levantarnos, y me ha contestado: ¡vamos a ver, si ayer te dije varias veces que era jueves, cómo es posible que no caigas en la cuenta de que hoy tiene que ser viernes! Ah, claro, entonces hoy es Viernes de Dolores, ¿no? No hijo no, hoy es Viernes Santo, desde luego esto de estar encerrado té ha afectado muy seriamente la orientación temporal. Y es completamente cierto, no sé el día en el que vivo, me imagino que lo mismo le pasará a otras personas en estas circunstancias, los días se repiten iguales, y uno ha perdido aquellas referencias que le permiten saber con exactitud el punto exacto en el que se encuentra en la línea temporal por la que transitamos. Hoy por ejemplo, si no estuviéramos atravesando esta situación que hasta hace poco no hubiéramos sido capaces de imaginar, y si yo no estuviera de baja debido al ictus que sufrí en Junio pasado, me habría levantado contento, consciente de que era viernes, y los viernes se habían convertido para mi y para mis niños en días muy especiales. Nada más llegar y saludarnos, cantábamos con mucho entusiasmo nuestra coplilla o retahíla de los viernes, que decía así: “Hoy es viernes, hoy es viernes, mañana es sábado y no hay colegio, y al otro es domingo y no hay colegio, bieeeeeeen!!” Era un momento de mucha algarabía y júbilo, nos hacía sentir de otra forma, diferentes a como nos sentíamos otro día cualquiera de la semana. Después de este ritual de entrada, poníamos a todo trapo “Pata Palo” de Kiko Veneno, salíamos todos al corcho a bailar y a desmadrarnos un poquito, siempre dentro de un orden, claro. Puedo ahora mismo verles a todas ellas y ellos saltando, riendo, ejecutando los más alucinantes e imaginativos pasos de baile, pasándolo bien, sintiendo en lo más hondo de si mismos lo bueno que es a veces dar rienda suelta a los impulsos y los sentimientos. Por supuesto yo también saltaba y bailaba, y os juro que por momentos conseguía sentirme uno más entre ellos, y puedo deciros sin temor a equivocarme que no hay experiencia más gloriosa y reconfortante que esa.


HASTA EL TECHO Y MÁS ALLÁ

Si os digo la verdad no sé exactamente cómo empezó. Algún día hace ya mucho tiempo, se me ocurrió juntar todas las cosas que muchos de ellos traen por la mañana, y enseñarlas y comentarlas una por una: un libro de animales, un tigre peluche, un helicóptero, un coche de bomberos, un dibujo, un viejo móvil inservible de papá, un Woody, un Batman, una oveja, un cuaderno de coloreo y copieteo, un sombrero, una trompetilla, un toro de esos que se ponían encima de la tele, un viejo monedero y un sinfín de objetos a los que ellos tienen misterioso apego y que yo termino adorando por la oportunidad que me dan de sentirlos protagonistas y hablar de montones de temas que no estaban previstos. Enseñamos la oveja, nombramos a la niña que la ha traído, que se siente emocionada, le preguntamos quién se la regaló, qué nombre le ha puesto, si la quiere mucho; descubrimos que duerme con ella para no tener miedo, que se llama Blanquita, que la encontró tirada y sucia en una esquina. Cantamos una canción para esta linda ovejita, tengo, tengo, tengo, tú no tienes nada, tengo tres ovejas en una cabaña, le cantamos una nana, duerme, duerme ovejita, que tu mama está en el campo trabajando, te va a traer muchas cosas para ti, y si la oveja no se duerme viene el diablo blanco, chacapumba, chacapumba... Sube la oveja a lo alto de la pizarra maestro y que se tire para abajo, tal como hace Batman, y la subo y la dejo caer y la recojo, y gritan entusiasmados, y ahora maestro tírala hasta que llegue al techo como hiciste con Superman, y la oveja vuela hasta el techo y se ríen alborotados, y ya está bien de oveja chicos, vamos a dejarla que duerma un poquito, y la acuesto sobre la repisa de las cosas de buena mañana que me traen mis buenos niños, y siento que ellos logran que mi imaginación se dispare y me convierta en un tipo un poco loco, y que consiga dar un toque de alegría participativa a ese tramo de la mañana que va desde las nueve a las diez, al que suelen llamar asamblea, y para el que yo no tengo nombre ni denominación, ni falta que me hace.

miércoles, 26 de septiembre de 2018


HUELLAS IMBORRABLES

Dice la Ñó que Ángel ha pintado con tiza en la pared-pizarra un loro, y que le ha salido muy bien. Le pido a Ángel que vuelva a pintar otra ave parlanchina y ahora Ángel, con varios trazos rápidos y una sonrisa bajo su flequillo rubio de niño travieso dibuja otro pájaro que no puede ser sino un ave zancuda, un flamenco o garza o similar.
Se anima y se va al otro extremo de la pared para dibujar con la misma simplicidad y precisión de líneas con las que pintaron los prehistóricos en las cuevas, un estimulante tucán de gran pico curvo. Finalmente después de insistirle varias veces vuelve a sus orígenes y pinta por fin otro loro.
Ángel tiene bastante de artista y es un niño despierto, lo demuestra pintando lo que le viene en gana y no lo que se le pide. Se aleja de la pared y las tizas y se dirige al grupo de compañeros que juegan junto a la cancela que da a la calle. Allí vuelve a sus encontronazos habituales con Nacho, amigo inseparable y a la vez enemigo indispensable con quien rivalizar, pelear y discutir.
No sé cómo terminaran estos dos cuando sean algo más mayores, pero seguro que no olvidarán esos momentos de la infancia en que fueron compinches y rivales y mutuamente necesarios el uno para el otro. Han reído y llorado juntos muchas veces y eso seguro que deja una huella imborrable.