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jueves, 16 de abril de 2020



El niño que soñó que era un caballo

Hemos dejado la película a la mitad, creo que Solaris cuenta una historia compleja, no hay una línea de acontecimientos que puedas complacientemente seguir, no es como esas secuencias lógicas que yo mismo trabajaba en el cole con los más peques, en las que ellos colocan en orden lineal las imágenes que juntas y cada una en su sitio nos transmiten sin que nos demos cuenta un reflejo de lo que somos, de cómo pensamos. Primero el sol asoma por la ventana de la habitación en la que duerme el niño, después el niño despierta y se sienta en la cama (bostezando si el dibujante ese día quería añadir un plus a su trabajo), después vemos al niño saliendo de casa con la mochila a la espalda. Pero qué pasa si la realidad va por otro lado, si el niño se había escapado por la ventana aquella noche, se había ido al establo en que su papá tenía un caballo y se había quedado dormido sobre la paja, junto al cuadrúpedo. El caballo soñó que era ese mismo niño que dormía a su lado y que en la escuela el maestro le daba unas tarjetas para armar una secuencia lógica, y el niño soñó que era ese caballo misterioso que aparece al principio de la película y que a su vez sueña que se convierte en hombre y viaja a una estación espacial situada sobre un océano que piensa por si mismo, que es oscuro y alberga recuerdos, pero también a los que murieron, aunque en realidad no sabemos si están muertos, porque de lo único que estamos seguros es de nuestro miedo a la muerte.
Mañana veremos la otra mitad de la película, como si también nosotros nos estuviéramos asomando a la otra mitad de esa oscura noche que flota sobre ese neblinoso mar.

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