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jueves, 14 de febrero de 2013

UN CHISPAZO DE INOCENCIA Y JÚBILO



Merendamos unas gomitas en forma de ositos muy ricas y naturales según Pablo, con sabor a zumos de fruta naturales. Antes yo le había sugerido que podíamos merendar algo, y él dudó al principio, pensó un momento y enseguida lo resolvió con esa propuesta de abrir un paquete de “Ositos de oro”, de Haribo, golosina cuyo origen se remonta a 1922. Es notable la facilidad de los niños para descubrir cosas buenas, cosas dulces, cosas en las que uno ya no piensa, pero que producen un chispazo de inocencia y júbilo en tu vida.
Antes de merendarnos las gomitas, Pablo andaba por toda la casa cabizbajo, buscando a “Chispa”, una perrita que ha hecho plegando y después coloreando una hoja de papel; este animal efímero, es fiel reproducción, dice él, de la auténtica Chispa que yo tuve siendo un niño, una perra negra azabache de la que le cuento historias y aventuras cuando de noche me echo un rato junto a él antes de que se duerma. Todo empezó cuando cansado de contarle cuentos, o más bien casi agotado ya mi repertorio, se me ocurrió rebuscar en mi memoria y ofrecerle las aventuras y desventuras que protagonicé o sufrí teniendo más o menos su edad.
Al principio me costaba sacar del profundo y confuso pozo de la memoria las historias, me quedaba callado, él me apremiaba, pero una vez enganchada una imagen o un breve y fugaz fragmento del pasado, todo se desarrollaba de forma fluida, como cuando agarras la punta del ovillo y ya sólo tiene que tirar.
La otra noche le hablé de Chispa, le conté cómo llegó hasta nosotros, cómo estuvo tres días y tres noches sin comer ni beber ni dormir, llorando sin parar porque extrañaba a sus dueños, que habían tenido que mudarse a otro país y no podía llevarla. Le conté cómo se había convertido en un miembro más de la familia, de qué forma absoluta y demencial nos quería a mi hermano y a mí, cómo arrebataba con la boca la zapatilla a mi madre cuando esta nos amenazaba por haber cometido alguna fechoría. (Eran otros tiempos, que nadie piense que las madres de entonces no adoraban a sus hijos, sólo hay que ver los sacrificios que fueron capaces de hacer por ellos).
Nunca mi madre pudo encontrar ninguna de las zapatillas que le arrebató Chispa. Pensaría nuestra perra que haciéndolas desaparecer eliminaba la posibilidad de que volviera a usarlas contra nosotros.
Hablando de Chispa a mi hijo me quedé sorprendido al descubrir cuánto la quise, y sobre todo al comprobar que aún la quiero y la llevo en mi corazón, que de alguna forma esa perra no me ha abandonado nunca.
Pero lo más sorprendente es que de pronto mi hijo habla de ella, la reproduce en papel, la busca por toda la casa, triste y preocupado por haberla perdido, y cuando por fin la encuentra, sonríe feliz. La quiere.