Ya
sé que se espera que un maestro o una maestra de E. Infantil
permanezca en todo momento inalterado, autocontrolado, sereno,
sonriente, tranquilo, sin perder la sonrisa y si es posible adoptar o
conseguir una expresión angélica o beatífica en su rostro. Pero yo no puedo y además no quiero. Yo quiero ser sincero y vulnerable ante
mis alumnos, de la misma manera que ellos son sinceros conmigo y me
muestran sus sentimientos, sus enfados y alegrías, sus dudas, sus
arrebatos, las reacciones con las que me enseñan lo que hay en el
fondo de ellos. Por eso yo también a veces me enfado, o me molesto,
o me siento dolido o incluso en ocasiones pierdo los papeles. Porque
estoy entre ellos, comparto espacio y tiempo y vivencias con ellos,
río con ellos y sufro con ellos y me equivoco o acierto con ellos.
No,
no soy uno de esos maestros de claro y previsible perfil, soy un
hombre que trata de sentirse niño entre los niños, de recordarse a
si mismo, de no olvidar que también ellos serán hombres y mujeres
algún día, y es ahí cuando decido y tengo claro que no puedo ni
debo engañarles, que sólo puedo ofrecerles lo que ellos me ofrecen
a mi: sinceridad y ganas de coger nubes y guardarlas en un bolsillo.
No sabes lo bien que me han sentado tus palabras, porque a veces pienso que les regaño o les doy alguna voz que otra y me enfado, y no todo son risas y alegría, porque yo también soy de barro...y me equivoco. Y cuando eso me pasa siento un pesar dentro de mí y me culpo por no haberlo hecho mejor. Pero el comprobar que a todos nos pasa lo mismo, me hace sentir mejor y me alivia...¡nadie es perfecto!Hoy, especialmente, me ha venido maravillosamente bien leerte. Gracias, compañero
ResponderEliminarA mi también me hace bien saber que te ocurre lo mismo, pero no creo que tengamos que apesadumbrarnos por esto, creo por el contrario que el hecho de ser humanos y vulnerables nos acerca más a los alumnos y nos permite interecactuar mejor con ellos.
EliminarUn abrazo.