Es
interesante observar lo que ocurre en el patio. Samuel cabalga en su
nervioso caballo, cuando de pronto tropieza y cae al suelo. Le rodean
varios compañeros y él permanece quieto, inmóvil. Son segundos
decisivos, el drama puede estallar en cualquier momento o pasar de
largo; En esta ocasión pasa de largo. Samuel se levanta, viene hacia
mi y me dice que se ha caído y se ha hecho daño, pero que no ha
llorado. ¡Bravo Samuel, en gran medida en eso consiste la vida, en
seguir adelante después de las caídas!
Pablo
juega en una esquina junto a dos niñas. Intuyo que juegan de forma
simbólica. Inesperadamente Pablo se incorpora y viene hacia mi
llorando. ¿Qué ha pasado Pablo? “Me han apagado la tele, no me
dejan ver la tele”, me dice compungido, ahogado por el llanto.
Jugaban a las familias y lo hacían con tal intensidad y veracidad
que cuando ellas decidieron castigarle sin tele, Pablo lo vivió como
un hecho real, no caben bromas ni media verdades en el juego
absolutamente serio de los niños.
Nacho,
en mitad del patio va sacando flechas de su carcaj, las coloca con
cuidado en el arco, lo tensa, apunta y dispara. No puede fallar
porque la vida de los miembros de su tribu depende de que él cace
suficientes bisontes. Después llamará a sus compañeros y cortarán
la carne para llevarla al poblado.
La
vida, con todos sus dramas, alegrías y amplios y ricos significados
palpita imponente y majestuosa en los juegos de los niños en el
patio.
¡Qué razón tienes en todo lo que dices!Los niños viven tanto su pspel que despierta todo tipo de pasiones. El juego es una cosa seria, muy seria...¡Cuánto podemos aprender de ellos!
ResponderEliminarSublime, como siempre
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