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miércoles, 9 de enero de 2013

NO PASA NADA POR IMAGINAR GLOBOS DULCES



Sobre las ocho de la mañana, rumores, ruido, una luz encendida, por ahí anda mi mujer ya en pie de guerra. Pablo, despierto, llama a su madre y le dice en un susurro que si puede ayudar en algo; lo dice con cuidado, como temiendo deshacer un hechizo o alejar con su interés los restos de magia que han dejado Los Reyes por toda la casa. Le retenemos un rato, con excusas, con extrañas razones, mientras nos vestimos y echamos agua sobre nuestros soñolientos rostros. Por fin le permitimos levantarse, acudir al salón sembrado de globos de colores, de sonrisas de colores que sólo pueden verse si te queda algo del niño que fuiste en el fondo del alma. También se puede imaginar, es otra opción, que las sonrisas que siempre traen los Reyes quedaron esparcidas por la habitación en forma de orondos y dulces y coloreados globos. Sí, sí, dulces, no pasa nada por imaginar un globo dulce, es mucho más complicado imaginar un globo avinagrado o sulfuroso...
Paquetes, risas, exclamaciones, papel rasgado, ciento veinte pulsaciones por minuto, todas las cargas de profundidad de la ilusión haciendo bum delante de tus ojos.

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