Un
chaquetón verde colgado en la lanza fría de la mañana, en su más
agresivo y prominente promontorio. Desde ahí autopistas rápidas
hacia la risa, naricitas heladas, tizas empañadas, las tripitas
encogidas ante el rugido helado del Invierno.
Y
otra vez, sin otra razón que un fuerte impulso cuyo origen
desconozco (quizás la convicción de que de ahí salen cosas
interesantes), siento ganas de hablar, de que me hablen, de
aprovechar cualquier pequeño acontecimiento para convertirlo en
fuente de opiniones, ideas, palabras, teorías, y también -porqué
no- en algarabía y fiesta, en limpias carcajadas que nos
desintoxican, nos fortalecen, nos hermanan e igualan. Entonces
entramos en un magnético y magnífico bucle que nos conduce a un
sentimiento compartido de libertad y plenitud, todos niños formando
corro alrededor del rabo imprevisible y nervioso de las
circunstancias.
En
esas estamos cuando veo distraído a uno de mis entrañables amigos y
amigablemente le recomiendo que no se me vaya a “Los Mundos de
Yupi”, esos mundos vaporosos a los que aludía la seño Reyes
cuando eran más pequeños y habitaban en el aula de tres años. Se
ríen, siempre se ríen con esa expresión; y en mitad de ese breve
tumulto que se desata a raíz de mi llamada de atención, se deja oír
la voz de María:
“Seguro
que anda por ahí jugando y pasándolo bien con mi perrito Dobi”.
“¿Cómo
dices María?”
“Digo
maestro que los perros y las mascotas que se mueren van al cielo, y
yo creo que justo al lado del cielo están los Mundos de Yupi, y si
nuestro compañero anda por allí, seguro que se lo está pasando muy
bien jugando con Dobi, un perrito al que yo quería mucho y se
murió”.
“Vale
María, te comprendemos todos creo yo, tenemos que contarle a la seño
Reyes que hemos descubierto que los mundos de Yupi quedan muy
cerquita del cielo, justo al lado de esa parcela en la que son
felices los perros que alguna vez jugaron con los niños”.
Los mundos de Yupi es un maravilloso lugar en el que tienen cabida todos y todo, en donde se puede viajar sin transporte, ver sin estar y estar con quien deseemos al momento, sin tener en cuenta si está vivo, muerto, a miles de kilómetros...Es un lugar único y cada uno tiene el suyo. Yo voy a menudo allí, como los niños de tu clase. ¡SE siente una tan feliz!...Besos
ResponderEliminarVaya, un comentario precioso, que merece por si mismo toda una reflexión a fondo...Ojalá muchos adultos tuvieran esta capacidad que tienes tú querida amiga para trasladarte cuando te apetece a los mundos de Yupi. Un abrazo y que sigas transmitiéndonos a todos sentimientos y pensamientos tan hermosos.
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