El presente escrito es una colaboración para el proyecto de Homenaje al Maestro que prepara nuestra querida amiga Pilar Begoña, autora del blog "El hada de los cuentos", cuya visita desde aquí recomendamos.
Señor
Segura
“Hubo
un emperador Máximo que murió degollado”. Lo decía asentado en
su imponente presencia, con esa voz poderosa y profunda que parecía
haberle prestado el mismísimo Zeus, colocando el puntero sobre mi
frente mientras me miraba serio desde esa considerable altura que no
era solamente la distancia entre sus pies y su noble cabeza, sino
mucho más, la altura humana que le proporcionaba su vasta cultura,
sus sólidos principios, su exquisita sensibilidad.
Bastaba
que alguien asomado al pasillo anunciara que venía el Señor Segura
para que de inmediato todos permaneciéramos clavados en nuestros
asientos, en absoluto silencio, sabedores todos de que él no era un
profesor como cualquier otro, con él estábamos condenados a prestar
la máxima atención, no porque nos obligara con amenazas o castigos
-nunca tuvo necesidad de castigar a un alumno- sino porque ejercía
sobre nosotros una suerte de poder hipnótico, porque su discurso
poderoso y mágico nos atrapaba y nos impedía cualquier otra cosa
que no fuera caer irremisiblemente en el hechizo de sus palabras.
Yo
no sería quien soy sin la decisiva influencia en un momento crucial
de mi vida de aquel catedrático de Geografía e Historia, aquel
hombre de anchos hombros que solía vestir traje oscuro y gabardina,
de una cierta feroz apariencia que se desvanecía rápidamente en
cuanto reparabas en su limpia mirada y sus afán incansable por
transmitir y comunicar su inmenso saber, su concepción humanista de
la vida, su confianza en las aspiraciones de los jóvenes a los que
educaba. Él guió nuestras primeras lecturas, nos transmitió su
gusto por los libros y la buena literatura (mucho mejor que el
profesor de la asignatura, que todo el tiempo nos hablaba de épocas,
cánones y clasificaciones); lo hacía con tal poder de evocación y
convicción que a mi me resultaba imposible no acudir a la Biblioteca
Pública para buscar y solicitar en préstamo los libros que
contenían aquellas historias que nos servía en bandeja aquel
excelente maestro, aquel hombre que manejaba las palabras como si
fueran dardos que iban directos al centro de nuestros sentimientos.
Nunca
se preocupó demasiado por fechas y datos que en cualquier momento se
pueden consultar en un libro, prefería que tuviéramos la capacidad
de emocionarnos y conmovernos ante la contemplación de “El galo
herido” o “La Victoria de Samotracia” o cualquier otra obra de
arte.
“No
me engañas” escribió con lápiz rojo en uno de los exámenes que
hice con él; yo apenas había estudiado y traté de rellenar dos o
tres folios exprimiendo algunas nociones que recordaba, estableciendo
arriesgados paralelismos y deducciones por mi cuenta y riesgo. Y sin
embargo eso era precisamente lo que quería de nosotros, que no nos
limitáramos a repetir mecánicamente información, que fuéramos
capaces de pensar por nosotros mismos, de opinar, de analizar. Me
asombra que ahora, cuarenta y siete años después los teóricos de
la educación llenen páginas de ensayos y estudios sobre lo que mi
querido Señor Segura practicaba de forma tan natural. Me puso una
buena nota en aquel examen, y luego me dijo que tenía que estudiar
más, pero que no dejara nunca de dejar volar mi pensamiento: a veces
es el mejor camino para saber lo que realmente pasó o está pasando.
Hasta
cuando nos reprendía aprovechaba la ocasión para transmitirnos
alguna enseñanza: “Hubo un emperador Máximo que murió
degollado”, “Isabel no te creas Elizabeth, aquella reina de
Inglaterra a la que no le tembló el pulso”, “Don Julio, debería
usted pedir a los dioses que le concedieran una pizca de la
imaginación que tuvo aquel tocayo suyo, de apellido Verne..." y así
sucesivamente, utilizando nuestros nombres y la reprimenda para
colocar bajo el foco de nuestra atención a las grandes figuras de la
Historia y la Literatura.
Él
nos instó a leer Sinuhé el Egipcio, Ivanhoe, Los últimos días de
Pompeya...para que aprendiéramos Historia; Los hijos del capitán
Grant, La vuelta a mundo en ochenta días, e innumerables libros de
aventuras y viajes para que aprendiéramos Geografía, aunque nunca
fue partidario de compartimentar saberes, ya que era un humanista
convencido y practicante, y no le cabía ninguna duda acerca de la
interrelación y dependencia de todas aquellas parcelas que la
escuela y los métodos de estudio se empeñaban en mantener bajo la
denominación de asignaturas.
Y
no sólo nos inculcó el gusto por los libros, la pintura y la
escultura, también consiguió que nos interesáramos por la música
clásica: acudía desinteresadamente los sábados al Instituto, donde
en una de sus aulas nos juntábamos un puñado de alumnos y alumnas
que habíamos comprendido que pasar un par de horas con aquel hombre
sabio y bueno era de lo mejor que podíamos hacer con nuestro tiempo
libre; aparecía con un puñados de discos del prestigioso sello
Deutsche Grammophon, y antes de ponerlos nos embelesaba con
descripciones y presentaciones tan certeras y bellas como la música
que a continuación escuchábamos, intuyendo asombrados que algo
sagrado y sublime latía en aquellas notas inmortales.
Amo
la Música, la Literatura, el Arte...Los principios y la ética y la
estética han sido pilares fundamentales en mi vida. Amo esta
profesión mía de maestro que no es otra cosa que inculcar en los
demás lo mismo que mi querido Señor Segura inculcó en lo más
hondo de mi espíritu.
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