Merendamos
unas gomitas en forma de ositos muy ricas y naturales según Pablo,
con sabor a zumos de fruta naturales. Antes yo le había sugerido que
podíamos merendar algo, y él dudó al principio, pensó un momento
y enseguida lo resolvió con esa propuesta de abrir un paquete de
“Ositos de oro”, de Haribo, golosina cuyo origen se remonta a
1922. Es notable la facilidad de los niños para descubrir cosas
buenas, cosas dulces, cosas en las que uno ya no piensa, pero que
producen un chispazo de inocencia y júbilo en tu vida.
Antes
de merendarnos las gomitas, Pablo andaba por toda la casa cabizbajo,
buscando a “Chispa”, una perrita que ha hecho plegando y después
coloreando una hoja de papel; este animal efímero, es fiel
reproducción, dice él, de la auténtica Chispa que yo tuve siendo
un niño, una perra negra azabache de la que le cuento historias y
aventuras cuando de noche me echo un rato junto a él antes de que se
duerma. Todo empezó cuando cansado de contarle cuentos, o más bien
casi agotado ya mi repertorio, se me ocurrió rebuscar en mi memoria
y ofrecerle las aventuras y desventuras que protagonicé o sufrí
teniendo más o menos su edad.
Al
principio me costaba sacar del profundo y confuso pozo de la memoria
las historias, me quedaba callado, él me apremiaba, pero una vez
enganchada una imagen o un breve y fugaz fragmento del pasado, todo
se desarrollaba de forma fluida, como cuando agarras la punta del
ovillo y ya sólo tiene que tirar.
La
otra noche le hablé de Chispa, le conté cómo llegó hasta
nosotros, cómo estuvo tres días y tres noches sin comer ni beber ni
dormir, llorando sin parar porque extrañaba a sus dueños, que
habían tenido que mudarse a otro país y no podía llevarla. Le
conté cómo se había convertido en un miembro más de la familia,
de qué forma absoluta y demencial nos quería a mi hermano y a mí,
cómo arrebataba con la boca la zapatilla a mi madre cuando esta nos
amenazaba por haber cometido alguna fechoría. (Eran otros tiempos,
que nadie piense que las madres de entonces no adoraban a sus hijos,
sólo hay que ver los sacrificios que fueron capaces de hacer por
ellos).
Nunca
mi madre pudo encontrar ninguna de las zapatillas que le arrebató
Chispa. Pensaría nuestra perra que haciéndolas desaparecer
eliminaba la posibilidad de que volviera a usarlas contra nosotros.
Hablando
de Chispa a mi hijo me quedé sorprendido al descubrir cuánto la
quise, y sobre todo al comprobar que aún la quiero y la llevo en mi
corazón, que de alguna forma esa perra no me ha abandonado nunca.
Pero
lo más sorprendente es que de pronto mi hijo habla de ella, la
reproduce en papel, la busca por toda la casa, triste y preocupado
por haberla perdido, y cuando por fin la encuentra, sonríe feliz. La
quiere.
Un hombre sabio dijo una vez que hasta que no se ama de verdad a un animal, una parte de nosotros permanece dormida. Y así es.No me siento superior a ellos por ser humana, simplemente he desarrollado más habilidades, pero ellos tienen sus sentimientos, su manera de comunicarse...Y un anmal que es capaz de demostrar cariño como lo hacen los perros y otros animales, merecen ser amados y respetados lo mismo que cualquier persona. Es una lección que me ha enseñado mi querida perrita Sandy. Negra como el carbón, que nos quiere como a su única familia, y nosotros a ella. Por ella soy capaz de renunciar a muchas cosas, pero el cariño que me da lo suple todo. El día que falte...la lloraré como quien llora a un trocito de sí mismo.
ResponderEliminar¡Cómo me ha gustado ver la manera en que transmites el amor por los animales a tu hijo!Chispa no ha muerto. El amor que te tuvo ha resistido al paso del tiempo y ha encontrado continuación en Pablito ¡Felicidades!
Un abrazo muy grande
Querida amiga, disculpa no haber respondido antes a este comentario tuyo que como todos los que me haces me ha parecido lúcido, interesante, cargado de sentimientos sinceros y de esa emoción que transmites y que te aseguro que para mi supone un acicate, un estímulo que me anima a seguir reflexionando y escribiendo
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