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martes, 10 de junio de 2014

APRENDIENDO LA VIDA EN EL RECREO



Rafa acude a nosotros llorando y nos muestra su dedo índice, del que mana un poquito de sangre. Ha sufrido un roce con la pared cuando corría pegado a ella. La seño se lo lleva para curarlo y él vuelve muy contento, me enseña exultante la tirita que le han puesto y después corre a enseñarla a otros niños. Se le ve feliz. Me asombra esta capacidad de los niños para transformar pequeñas desgracias en motivos de júbilo.
Amontonan ruedas en la zona de sombra y se lanzan sobre ellas. Trepan, reptan, escalan, saltan, hacen equilibrios y extrañas piruetas. Y al final se caen y se quejan y a veces lloran, pero enseguida vuelven a la carga con renovadas energías. Tentado estoy de decirles que abandonen ese juego que tanto les excita y gusta y que entraña un cierto riesgo de caídas, pero entiendo que les resulta necesario, que el juego también les proporciona una muy necesaria preparación para la vida: probar, arriesgarse, intentarlo, medir las propias posibilidades, caer y volver a intentarlo.


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