Hace
unos días estuvimos visitando a unos familiares que residen en un
hermoso pueblo al sur de la provincia de Sevilla. A Pablo le gusta
mucho ser él quien llame al timbre, y sobre todo le gusta llamar
repetidas y continuadas veces, para que su tío acuda a abrir la
puerta simulando enfado y dando lugar a un juego espontáneo de
reproches, amenazas y bromas con el que ambos parecen pasarlo muy
bien. La última vez que estuvimos allí se repitieron éste y otros
rituales en los que participan con entusiasmo sus tíos y a veces
también sus primos. De nuevo su tío opuso "feroz"
resistencia al deseo de Pablo de poner en la tele alguno de los
canales que ofrecen dibujos animados, otra vez se enzarzó con su
primo mayor en luchas y competiciones que acaba él siempre ganando y
tuvo que esforzarse en contar a su tía cómo le iban las cosas en la
escuela, de qué se había disfrazado en los carnavales y por
supuesto volver a cantar la coplilla que su curso había interpretado
en el festival de chirigotas del colegio.
A
Pablo no le gusta mucho contestar preguntas, como le ocurre a muchos
niños, eso lo sé muy bien porque estoy acostumbrado a que las
madres me cuenten que sus hijos apenas mencionan cosas de la escuela,
y cuando les interpelan con la famosa pregunta "¿qué has hecho
hoy en el cole?, los chiquillos se quitan de encima la engorrosa
cuestión con el socorrido "no me acuerdo". Como digo son
muchos los niños que escapan como pueden de una situación en la que
se ven forzados a construir un relato oral coherente y organizado en
el espacio-tiempo, ejercicio que no es fácil para ellos a no ser que
les ayudemos con preguntas mucho más concretas que la genérica y
abstracta ¿qué has hecho en la escuela?. Sin embargo hay otros
niños que son muy charlatanes, que lo cuentan todo, que sienten un
especial placer expresando sus experiencias y todo aquello que sucede
su alrededor. Como en tantas otras cosas en este aspecto las
diferencias individuales convierten cada caso en un mundo.
Como
decía, a Pablo no le atrae demasiado la idea de responder preguntas,
de manera que una de las expresiones que más le hemos escuchado este
tiempo atrás era "así es la cosa". Oye, Pablo, por qué
has hecho tal o cual cosa, por qué dices esto o lo otro, qué
motivos tienes para hacer o no hacer esto que haces o dejas de
hacer... A ver, porque "así es la cosa". Así es la cosa y
punto, no se hablé más, dejadme ya tranquilo con esa necesidad
vuestra de explicarlo todo, yo no necesito explicaciones, yo no
necesito construcciones verbales para atrapar sentimientos o
experiencias, que ya de por sí son bastantes únicas, personales e
intransferibles, hasta los psicólogos últimamente intentan entender
eso, hasta la Psicología Evolutiva abre huecos a sus sólidas y
definidas etapas.
Muy
bien, aceptemos pues la vía que cada niños nos ofrece para
relacionarse con nosotros los adultos y con el mundo en general.
Aceptemos que "así es la cosa", o simplemente escuchemos
con atención su forma de enfrentar alguna de esas tontas y tópicas
preguntas que a veces nos obstinamos en hacerles, como la que le hizo
su tío a Pablo la última vez que fuimos a Montellano. Una vez que
este ya había jugado un buen rato con él convirtiéndose por unos
momentos en niño, no pudo evitar la tentación de volver a uno de
los más clásicos juegos que practicamos los mayores con los niños,
ese juego que consiste en enfundarnos el traje de adultos que todo lo
juzgamos y medimos para preguntarle al niño, serios y trascendentes:
a ver hijo, dime la verdad, a quién quieres más, ¿a tu padre o a
tu madre?. Silencio por parte de Pablo. Pero su tío insiste y repite
la pregunta varias veces. Finalmente Pablo deja de atender lo que
estaba viendo en ese momento en el televisor y se queda serio mirando
a su tío. No puedo responderte a esa pregunta. Sí que puedes, le
dice su tío, es muy fácil. No para mi, dice Pablo, porque mi padre,
mi madre y yo "somos tres en uno". Fantástica manera de
zanjar la cuestión, cuando las almas y los corazones de las personas
se unen formando un solo ser, las típicas y reiteradas mediciones de
los hombres dejan de tener sentido.
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