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martes, 23 de abril de 2013

TRES EN UNO



Hace unos días estuvimos visitando a unos familiares que residen en un hermoso pueblo al sur de la provincia de Sevilla. A Pablo le gusta mucho ser él quien llame al timbre, y sobre todo le gusta llamar repetidas y continuadas veces, para que su tío acuda a abrir la puerta simulando enfado y dando lugar a un juego espontáneo de reproches, amenazas y bromas con el que ambos parecen pasarlo muy bien. La última vez que estuvimos allí se repitieron éste y otros rituales en los que participan con entusiasmo sus tíos y a veces también sus primos. De nuevo su tío opuso "feroz" resistencia al deseo de Pablo de poner en la tele alguno de los canales que ofrecen dibujos animados, otra vez se enzarzó con su primo mayor en luchas y competiciones que acaba él siempre ganando y tuvo que esforzarse en contar a su tía cómo le iban las cosas en la escuela, de qué se había disfrazado en los carnavales y por supuesto volver a cantar la coplilla que su curso había interpretado en el festival de chirigotas del colegio.
A Pablo no le gusta mucho contestar preguntas, como le ocurre a muchos niños, eso lo sé muy bien porque estoy acostumbrado a que las madres me cuenten que sus hijos apenas mencionan cosas de la escuela, y cuando les interpelan con la famosa pregunta "¿qué has hecho hoy en el cole?, los chiquillos se quitan de encima la engorrosa cuestión con el socorrido "no me acuerdo". Como digo son muchos los niños que escapan como pueden de una situación en la que se ven forzados a construir un relato oral coherente y organizado en el espacio-tiempo, ejercicio que no es fácil para ellos a no ser que les ayudemos con preguntas mucho más concretas que la genérica y abstracta ¿qué has hecho en la escuela?. Sin embargo hay otros niños que son muy charlatanes, que lo cuentan todo, que sienten un especial placer expresando sus experiencias y todo aquello que sucede su alrededor. Como en tantas otras cosas en este aspecto las diferencias individuales convierten cada caso en un mundo.
Como decía, a Pablo no le atrae demasiado la idea de responder preguntas, de manera que una de las expresiones que más le hemos escuchado este tiempo atrás era "así es la cosa". Oye, Pablo, por qué has hecho tal o cual cosa, por qué dices esto o lo otro, qué motivos tienes para hacer o no hacer esto que haces o dejas de hacer... A ver, porque "así es la cosa". Así es la cosa y punto, no se hablé más, dejadme ya tranquilo con esa necesidad vuestra de explicarlo todo, yo no necesito explicaciones, yo no necesito construcciones verbales para atrapar sentimientos o experiencias, que ya de por sí son bastantes únicas, personales e intransferibles, hasta los psicólogos últimamente intentan entender eso, hasta la Psicología Evolutiva abre huecos a sus sólidas y definidas etapas.
Muy bien, aceptemos pues la vía que cada niños nos ofrece para relacionarse con nosotros los adultos y con el mundo en general. Aceptemos que "así es la cosa", o simplemente escuchemos con atención su forma de enfrentar alguna de esas tontas y tópicas preguntas que a veces nos obstinamos en hacerles, como la que le hizo su tío a Pablo la última vez que fuimos a Montellano. Una vez que este ya había jugado un buen rato con él convirtiéndose por unos momentos en niño, no pudo evitar la tentación de volver a uno de los más clásicos juegos que practicamos los mayores con los niños, ese juego que consiste en enfundarnos el traje de adultos que todo lo juzgamos y medimos para preguntarle al niño, serios y trascendentes: a ver hijo, dime la verdad, a quién quieres más, ¿a tu padre o a tu madre?. Silencio por parte de Pablo. Pero su tío insiste y repite la pregunta varias veces. Finalmente Pablo deja de atender lo que estaba viendo en ese momento en el televisor y se queda serio mirando a su tío. No puedo responderte a esa pregunta. Sí que puedes, le dice su tío, es muy fácil. No para mi, dice Pablo, porque mi padre, mi madre y yo "somos tres en uno". Fantástica manera de zanjar la cuestión, cuando las almas y los corazones de las personas se unen formando un solo ser, las típicas y reiteradas mediciones de los hombres dejan de tener sentido.

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