Un
par de farolas de amarillenta luz apenas nos permiten ver el
discurrir de la pelota sobre la estrecha parcela de hierba salpicada
por algunos arbolitos. Pablo se pinchó cuando saltando trató de
alcanzar las ramas de uno de ellos. Me dijo que no se había hecho
daño porque todo su interés estaba en seguir jugando, correteando
tras el balón, pateándolo hacia arriba, inventando fantásticas
proezas de fútbol semejantes a las que ve en los dibujos animados.
Ya
más tarde, en casa, sí que se quejó del daño que tenía en la
mano y su madre tuvo que aplicarle algún remedio.
A
veces interrumpimos el juego para ver los aviones que cruzan sobre
nuestras cabezas, con sus luces parpadeantes y su rugido remoto.
Durante un momento los miramos y les deseamos buen viaje y buena
suerte, antes de que la noche se los trague para hacerlos aparecer
después en algún lugar lejano.
Pablo
me dice que cuando seamos nosotros los que viajemos en avión de
noche, le gustará asomarse a la ventanilla por si puede ver a niños
que juegan a la pelota con sus papás; quizá sea así le contesto,
quizá ellos también nos deseen buena suerte y buen viaje.
A los niños les encanta el balón. Es algo que no cambia aunque pase el tiempo y pasemos nosotros de lugares. Parece que tiene magia ¿ no crees?
ResponderEliminarUn abrazo
sí, es cierto, aún lo siento cuando me pongo a jugar con él, me acuerdo de mis mismo cuando tenía su edad,
Eliminarun abrazo y buen finde