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sábado, 12 de mayo de 2012




Poco antes del mediodía Diana se pilló un dedito con las argollas del archivador; se acercó a mi mesa llorando inconsolable, enseñándome la mano, pero yo no conseguía ver el lugar exacto donde se había hecho daño, tenía toda la manita manchada de tinta de rotulador. La consolé como pude y regañé a Abel, que finalmente resultó ser el causante del incidente y que repetía una y otra vez que había cerrado las argollas sin querer. Eso es algo que no se hace sin querer, le dije, y como Diana no dejaba de llorar y me sentía afligido por su dolor, le mandé al rincón sin pensarlo mucho. Ahora, a toro pasado vuelvo a considerarlo y es posible que Abel únicamente pretendiera ayudar a su compañera, a veces esas argollas son verdaderamente duras de cerrar. Pero ni ella dijo nada, ni él intentó justificarse. A veces los niños simplemente admiten lo que pensamos los adultos, quizá porque piensan que nuestra versión debe ser más plausible y verdadera que la que ellos mismos puedan darnos, aunque sea precisamente esa versión la que más se ajuste a la realidad. Mañana hablaré con Abel y Diana, a ver si ya más tranquilos todos averiguamos lo que realmente pasó, si es que pasó algo distinto de un simple y descontrolado impulso por parte de Abel.


Me acuerdo muchas veces de aquella “pedagogía de la mercromina” de la que hablaba una maestra que vino a nuestro colegio a darnos una muy interesante charla: no hay mejor comunicación con un niño que la que nos ofrece la posibilidad de ofrecerle consuelo y alivio cuando sufre algún pequeño percance en sus juegos de patio o en el interior del aula. A veces basta con agacharse para examinar el pequeño rasguño, en ponerle un poquito de agua en ese brazo que dice que le duele, en sentarnos junto a ellos un ratito asegurándoles que pronto pasará el malestar, incluso hacerles algo de esa buena magia en la que ellos creen tan fácilmente.
Claro, que cuando consuelas a uno, tienes que asumir que después vendrán unos cuantos más contándote sus males y exigiendo a su vez sin decirlo otra ración de “pedagogía de la mercromina”

1 comentario:

  1. Bueno, son cosas que a todos nos han pasado. Los niños, muchas veces, cuando vienen a nosotros lo único que quieren es que les escuchemos un poco, que les prestemos atención...nos ven como seres poderosos que todo lo arreglan.¡Cuántas veces se acercan para decir que si este o aquel les han pegado o quitado algún juguete y luego se van sin más, sin esperar que les digamos nada! Es suficiente con habérnoslo dicho...¡Ya sabrá el maestro lo que tiene que hacer! Los niños son así, sus razonamientos están a años-luz de los nuestros.
    Un abrazo

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