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martes, 13 de diciembre de 2011

UNA OCURRENCIA DE JESÚS




Ayer llegó a a clase un niño nuevo. Lo traía su abuela porque su mamá trabaja en Sevilla y no llega a casa de los abuelos hasta la tarde. Todo el rato en la fila se le veía muy formal y serio y callado, lo que en principio me llamó la atención, pero diez o quince minutos después de la entrada rompió a llorar, y lo hacía con una enorme carga de abatimiento, de hondo pesar, de inconsolable tristeza. Traté de animarle de muchas maneras, pero también consideré cómo podían se sus sentimientos en aquellos instantes: sólo en mitad de un grupo de niños y niñas a los que no conocía de nada, en un lugar que también le resultaba extraño, frente a un adulto del que no sabía lo que podía esperar, quizá aceptación y paciencia o tal vez fastidio y contrariedad. Los niños perciben lo que hay debajo de esa sonrisa que adoptamos o de las buenas palabras que empleamos: casi siempre prefieren algo de sinceridad.
¿Qué podemos hacer entre todos para que nuestro nuevo compañero deje de sufrir y se sienta mejor?, pregunté a toda la clase. Podemos decirle cómo nos llamamos y también que va a pasarlo muy bien con nosotros, propuso Jesús. Era sin duda una buena idea. Le animé a levantarse y uno por uno le fui presentando a todos los niños y niñas, que le decían su nombre, le daban una manita cálida, le dedicaban una hermosa sonrisa y también alguna palabra afectuosa. A esto los psicólogos llaman empatía, pero en realidad sólo fue una ocurrencia de Jesús.

martes, 6 de diciembre de 2011

PINTANDO MONOS




Pinto un mono en la pizarra, lo voy pintando por piezas muy esquemáticas, para que los niños puedan copiarlo en sus folios. Me paseo entre las mesas mirando los monos que han dibujado los niños: algunos notables, resaltables, dotados de una extraña impronta que quizá tenga que ver con los murmullos de la selva u olvidados mundos primitivos. Después van saliendo por grupos y les pido que por un ratito hagan el mono, imiten al mono, hagamos monadas.
Todos hacen el mono de la misma manera, dando saltitos, más bien botando sin moverse del sitio y llevándose ambas manos a las axilas; es entonces cuando me animo y salgo yo a hacer mi alucinante y espectacular versión de mono, algo alocada sin duda. Después vuelven ellos a la carga y ahora sí que les sale bastante mejor.
Próximamente pintaremos otro animal selvático o quizá un árbol o una planta. Mejor algo que podamos imitar o teatralizar o sobre lo que podamos construir mil historias.

Pablo también pintó en su día un monito, excelente, graciosísimo, peculiar. Hay algo de fantástico y mágico en la forma en que los niños pintan. Le encantaba dibujar un sol en cuanto caía papel y lápiz en sus manos; también hace un trazo en forma de sierra que interpreta como "su firma". Supongo que esto procede de la repetida observación de mi propia firma. Son pues, excelentes artistas y magníficos observadores.